En mi anterior obra, Otras Palabras, busqué diluir el límite que se le adjudica a la ficción en un libro (leer el Relato número 28). Con La Pastilla Rosa, quise explorar desde la perspectiva opuesta: diluir el límite que el lector le adjudica a su propia realidad. Cuando uno lee un libro de narrativa se traslada a un mundo que reconoce como ficticio (poco o mucho, pero ficticio), distante en tiempo, espacio o por sus leyes naturales o humanas. Sin embargo, cuando uno lee un periódico, por más que la subjetividad rebose de las páginas, el suceso se asume como verídico. El pensar sobre lo que se está leyendo deja de ser un filosofar sobre supuestos y salta a un reflexionar sobre hechos concretos que afectan nuestro entorno, colectivo o individual.
Mi intención es que el lector inicie una relación con las historias de La Pastilla Rosa en este plano de realidad y que las emociones que en él despierten lo conviertan en un personaje de ficción de carne y hueso, durante unos minutos, horas, días o semanas; hasta que contraste la información o llegue a la sección literaria del periódico donde se desvela que lo que se tiene en las manos es un libro de relatos. También es probable que, desde un primer momento, haya quien dude sobre la fiabilidad de las noticias, pero el dudar es suficiente para que las historias respiren durante un rato.
Leer La Pastilla Rosa, ya sabiendo que es un libro de relatos en formato periódico, te hace apreciar las historias con un sabor distinto, no menos rico, quizá más complejo.
Te invito a observar a un amigo —o compañero de trabajo— mientras lee el periódico que tú dejaste a su alcance sin que te viera. Los cambios de sus expresiones faciales al adentrarse en La Pastilla Rosa pueden ser más que interesantes. Su vivencia es una de las páginas invisibles del libro.
Mi intención es que el lector inicie una relación con las historias de La Pastilla Rosa en este plano de realidad y que las emociones que en él despierten lo conviertan en un personaje de ficción de carne y hueso, durante unos minutos, horas, días o semanas; hasta que contraste la información o llegue a la sección literaria del periódico donde se desvela que lo que se tiene en las manos es un libro de relatos. También es probable que, desde un primer momento, haya quien dude sobre la fiabilidad de las noticias, pero el dudar es suficiente para que las historias respiren durante un rato.
Leer La Pastilla Rosa, ya sabiendo que es un libro de relatos en formato periódico, te hace apreciar las historias con un sabor distinto, no menos rico, quizá más complejo.
Te invito a observar a un amigo —o compañero de trabajo— mientras lee el periódico que tú dejaste a su alcance sin que te viera. Los cambios de sus expresiones faciales al adentrarse en La Pastilla Rosa pueden ser más que interesantes. Su vivencia es una de las páginas invisibles del libro.
Yo, por mi parte, he comenzado a vocear las noticias por las calles de Madrid (como se hacía antiguamente) para que los transeúntes sumen a su realidad las noticias de La Pastilla Rosa durante unos segundos, minutos o días. Esta mañana estuve frente al Congreso de Diputados, el domingo pasaré por el estadio Vicente Calderón,...
Iré colgando vídeos y compartiendo algunos detalles del proceso de creación del periódico y también de su trajinar.
Rafael R. Valcárcel
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